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El color de la alquimia:

 

 

En su sueño, una amiga (que recién tenía el gusto en la vigilia), la estaba invitando a la Capital, cosa que realmente significaba un inconcebible cambio en sus planes que eran conservarse en casa hasta que acabase lo que tocara. Solía tener tanta energía puesta en cualquiera fuera el objetivo, que no daba lugar a otra opción. Ella era como un “ejército cuando recién se ha tocado la trompeta del avance”.

 

Pero, esta vez, cuando en estado Theta “ni se lo había pensado”, luego luchando entre ondas Alfa y Beta le había dicho que sí; para ya en la vigilia decidir acompañarla.

 

Viviría todo el día con esa sensación de estar en la Capital para seguir (inusitadamente) la propuesta de otro.

 

 

 

Desmenuzando el sueño...

 

Su nueva amiga era dulce y tranquila, casi que no luchaba con la vida más que lo que correspondía para levantarse a la mañana o llegar temprano; y ella en cambio con su marcialidad, había estado rosándose con esfuerzo con el destino, intentando modificarlo. No importaba cuanto intentara disimular, ella era una mujer con una vitalidad kinestésica que la llevaba por caminos de la amplitud, la exageración y una rotunda voluntad de acción y progreso.

 

Y esto que le había parecido una aventura ineludible en los veintes, parecían los quejidos de un artista que ya había pasado su momento de esplendor, a sus cuarenta.

 

Pero en realidad menos por vejez que por cambiar, decidió vivir un día “como si estuviera en la Capital”.

 

 

 

O sea, vivir una experiencia diferente, cual la virgen ante el mensajero, que el destino haga de ella conforme a la anunciación. Dejarse llevar...

 

 

 

La experiencia le decía, que eso la haría sentir torpe e inútil a la mañana, pero a la tarde ya se acostumbraría. Solo era cuestión de contener a la incomodidad de lo nuevo, que por nuevo viviría al comienzo como horrendo.

 

 

 

Sabía también por los libros que leía, que lo nuevo nunca permanecía como tal, con frecuencia devenía “apariencia fantasmal y nefasta”. Debido a qué, frente a lo desconocido y para calmar la ansiedad, el ser humano se inventaba siempre siempre siempre una explicación plausible para su historia e inventario personal.

 

Lo que no cuadraba se lo encajaba a la fuerza. Y lo que por distracción de la percepción o falta de espacio, quedaba como un radical libre; era sólo por milésimas de segundo. O sea que lo venidero no tenía la opción de permanecer por mucho tiempo crudo de su comparación con lo conocido.

 

 

 

¿Cómo hacer para que lo desconocido permanezca desconocido?

 

Ella lo intentaría: dejarse llevar a la Capital y pasear como una turista observadora por sus calles, con sus souvenires que por más curiosos no se los compraría.

 

Ya tendría tiempo de opinar sobre los métodos de producción de los recuerdos turísticos o la diferencias con su ciudad natal cuando volviera a su consciencia habitual. Ahora solo era una viajera sin cejas ni pelos. Era una invitada.

 

 

 

Al mediodía, recordó un sueño que tenía regularmente. En el mismo, no quería resaltar ni ser reconocida ni aceptada, sino que era una niña libre de la espectación ajena, observadora de las conversaciones de su madre con algún transeúnte insidental. Una tranquilidad y alegría de estar dentro de algo, lo que correspondía.

 

 

 

Pero, una vocecita enana seguía diciendo, “has de destacar y cambiar la situación, marcar la diferencia”. Pero ella, dejándola que exista por que es la única manera que las cosas cambien a otra cosa, y sabiendo que lo que le gustaba era conocer el sitio de cada cosa en su interior; vio que esa vocecita estaba en el lugar de la resistencia. Esa relocación la tranquilizó inmediatamente.

 

Pero había otra capa dentro de su resistencia al cambio, que descubrió un poco más entrado el día pensando en ese mismo sueño: que era la sensación de que o era su mamá o era ella. Quiero decir, o era su mamá con su decisión, pujanza y transgresión; o era una niña que vivía a la sombra de una familia bien consolidada. Mamá y la niña: dos polos de ella misma que estaba soñando. Allí ya había una pista.

 

 

 

A pesar del terror, tiempo atrás se había atrevido a ir más alla e investigar otra paleta de colores. Su madre y familia eran los rojos ocres y terracotas, y ….¿ella? ¿Y su futuro?

 

Hasta que encontrara su propio color ella se había auto-denominado azul. No le gustaba pero no le quedaba otra. Parecía que los procesos de encuentro con uno mismo pasaban por la soledad y ella no le había tenido miedo; pero ese azul era tan gráfico del silencio que espantaba hasta el más aceta.

 

 

 

Sabía que su impulso por ir más allá de las consignas de su linaje la habían llevado a lo desconocido. Eso ya lo sabía. Lo que no sabía era que para hacerlo había tenido que desdoblar su imagen propia a la imagen de su madre y las había enfrentado en una batalla entre los colores cálidos y los fríos que era muy dificil de emulsionar. Su madre le había enseñado los colores del amor, los colores del amor para su "tribu". Y en su confusión había tenido que elegir y se había desvinculado del amor.

 

 

 

Y en este nuevo experimento de los tantos de su laboratorio existencial, iba comprendiendo que si bien ella era una nueva versión de la imagen que se había forjado de su madre (nadie podía saber que su madre existiera con esa forma en realidad), también ella era una “nueva” versión. Y ese valor lo estaba descubriendo paseando por una ciudad desconocida sin motivo alguno y como parte de una existencia casi vanal.

 

 

 

O sea que lo que sostenía su tensión sempiterna era la no-madre que llevaba dentro. Ella no quería confundirse en los ocres aunque esto la llevara al azul, pero intuyó ya era hora que acepte el árbol desde donde había saltado esta manzana que por tan valiente se había negado la pertenencia. Y era hora de que su madre (la madre del sueño) la aceptara a ella que como todos los hijos había enfrentado lo des-conocido.

 

 

 

Al atardecer estaba aconteciendo. La alquimia de los ocres azulados primero, de los azules terracota después, que había dado una valencia nueva que más que sorprenderle a su madre le sorprendía a ella misma. Ella-madre, ella-hija, ella-tercera cosa.

 

La separación que había sido vital como parte del proceso de descubrirse, ahora estaba pasando orgánicamente a la alquimia. El amor estaba volviendo a su vida como ella volvía a su madre y su madre le posibilitaba ser.

 

Porque el amor era eso “nuevo” que también había sido viejo, lo desconocido era lo nuevo uniéndose con el pasado. El amor estaba de la mano de la libertad, el “dejarse llevar” hacía las pases con la voluntad.

 

Y al despuntar el alba, ella más que un ejército era un barco en navegación, un poco de deslizarse un poco de timón; llegando a nuevas orillas que luego del auto-exilio que tanto había servido, ahora era retorno con cantos, alegrías, y encuentro.

 

 

 

 

 

Este relato describe el primer movimiento de una mujer del mundo de la madre al del padre para retornar luego al de la madre. La luna, el símbolo astrológico del vínculo madre e hijo simbótico y fusional; ha de ser abandonada por la presencia de Saturno (el valor paterno para la psiquis) que rompe el embelezamiento madre-hijo a través de los límites y la realidad. Una vez que uno puede encontrarse con su individualidad está listo para la libertad. Entonces sucede el segundo movimiento: el del amor, que es un retorno al origen, sin perderme en el vínculo.

 

Lo desconocido y lo conocido. Papá y Mamá. El Amor y la Libertad. El Pasado y Futuro. El Origen y el Destino. El ser humano, ha de integrar en su camino de ser, estos dos grandes misterios.

 

                                                                            La chica con el cuervo en la cabeza

 

 

 

 

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