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A los fuertes del mundo los entendía muy bien. Porque ella era uno de ellos.

Un tanque listo para enfrentar las inclemencias, una eficiente karateca llena de llagas de tanto desierto. Se había habituado a estar completa consigo misma y solía jactarse en silencio de su auto-suficiencia. Era una pelota compacta de certezas y deseos definidos, de trabajo y lealtad. La lealtad, por cierto, era su manera de expresar el afecto. Hasta eso sí que se podía permitir.

 

Pero en su interior sabía que habitaba la pena, la incalculabilidad de la vida y la vulnerabilidad. Sólo que estaban bien custodiadas. Salían a veces en la forma de humillación.

 

¿O esta humillación era un malinterpretación? O sea, que la humillación era sólo la antesala de su interior de más adentro. La verdad es que sucedía tan rápido que no tenía tiempo de apreciarlas en todo su encanto.

Sería algo así: primero vulnerabilidad (esto era lo más adentro hasta donde ella podía enterarse), un milésima de segundo después, humillación insoportable que desvirtuaba finalmente en exacervado disgusto.

 

...

Estaba leyendo en un libro de Mitología, que los griegos tenían un lugar para el odio: se llamaba así uno de los ríos que se habría de cruzar para adentrarse en el Hades.

Reino del misterio y la conexión con la Psique (pensó ella que también había leído otros más de Psicología).

 

Los griegos antiguos tenían un lugar para el odio.

Entonces levantó un altar para el suyo.

 

Odio a los que coleccionan antigüedades y hacen su propia mermelada por moda; a las ama de casas complacientes y con odio, a los que dicen consejos pseudo-espirituales porque es cool, y a la ciencia invulnerable; a los positivos negadores y a los que gastan su tiempo en diplomacias inservibles, a los que quieren "llegar a la meta" y a su propia mente que percibía algo como "llegar a la meta".

Odiaba los que están “juntos y revueltos”, y los que se cubren los errores entre ellos en nombre de la amistad, odiaba la gente que no era frontal, la sumisión, a Gandhi y a los que ocultan sus verdades tras la fachada de lo que es conveniente; odiaba a su propia sensación de desasociego, su pérdida de centro y su exacerbada auto-exigencia.

 

Todo estaba en un altar. Lo había hecho de madera porque a ésta no la odiaba (confieso le encantaba) y había puesto guirnaldas violetas, vino, calaveras y agua para que nada se seque por el odio. Y las fotos de sus archi-enemigos y de sus propias piernas que juzgaba regordetas.

Todo estaba impregnado de misterio. Intuyó que esto era el comienzo de algo grande, que más que grande, infinito.

 

Entonces, comenzaron a aparecer todas las injusticias que había vivido y las vejaciones y el silencio de cosas que se había callado. Hasta el más mínimo flemón dental estallaba, hasta el más mínimo resentimiento hacía su entrada: el fervor cuando sus compañeras de 5to le empujaron al baño de varones y la amenazaron; la rabia por los niños riéndose de su torpeza para los deportes, y las veces que dejaba que se cuelen sin en la cola del supermercado sin realmente desearlo.

 

Todas las escenas comenzaron a parecer y hacer eclosión en el altar. Era como un volcán en erupción que explotaba todos los odios de ella, de ella en las diferentes edades, y de los otros.

Algo así como un agujero negro que atraía hacia sí, y con tremebunda verdad, los gritos de los vecinos, la angustia de la persona que justo pasaba por la calle pensando en cómo este gobierno o el anterior o el que sigue le rompieron las ilusiones, el rencor de la protagonista de su serie favorita por no haber superado la desaparición de su padre a la edad de 7 años, y el exaspero que había llevado oculto toda la vida su hermana menor que le hubiera gustado ser la mayor.

 

Y las personas comenzaron aparecer de todas las casas de su alrededor. Y más tarde vinieron en barco, avión y tele-transportándose (también los espíritus tienen odio pendiente). Se corrió la voz que el odio tenía su lugar y todos venían a dejar una ofrenda.

 

Un hombre adicto a la relaciones que recién desembarcaba de África, comenzó a cantar: 

 

”Que el odio pueda tener su lugar,

como todas las cosas del universo...

 

como las uvas que se pudren en vino

del amor es el odio el reverso",

 

completó una vecina, adicta a la crítica, apersonándose al domicilio y sentándose al lado de aquel en la sala de espera.

 

El odio y la inquina y el resentimiento; todos los ríos del Hades coincidían. Estaba presenciando su propio desmembramiento. Comenzó a formar parte de los frizos del Hades, ella, que tenía un monstruo que le salía de la garganta, oportunamente y con negra poesía.

 

Comenzaron a desaparecer todos. Primero la vecina y luego el marroquí recién desembarcado, que pareció ser que juntos podían hacer de sus compulsiones y quejas una poesía espontánea del horror.

Y más gente estaba lista para desvanecer. Todos querían adentrarse a los confines de su alma.

Había M.C. de rap contestatarios, peluqueras melancólicas, emprendedores que no podían emprender, niños anti-sociales e hiper-quinéticos, artistas, muchos artistas..., un profesor de yoga y hasta cuatro religiosos de diferentes credos.

 

Pero,.....¿Qué es el Hades...? (se preguntaba):

Las asociaciones mentales explican nuestra realidad y así concebimos objetos. Eso, nos da seguridad y pertenencia; pero además hay algo detrás de lo que vemos. La oportunidad de ver lo que hay realmente detrás de todo lo que vemos. Eso es el Hades.

Lo que estaba muriendo no era ella, sino sus modelos y su gravedad;  y las leyes que le daban forma y razones. El proceso ya estaba en marcha, sabía que no la salvarían ni todos los amuletos del mundo.

 

Antes de que acabe la última de las apariciones de la colección de horrores personales, vino la certeza:  

 

El vacío que existe por entre los objetos y las cosas. El Hades es el misterio siempre presente, dentro de la vida.

Si lo descubrió en carne propia no lo sabemos ya que no vivió para contarlo. Nadie sobrevive.

 

Lo que sí sabemos es que desde entonces, cerca de las noches de luna, ella llama (Ella y todos los que tomaron este barco sin regreso), desde las profundidades del mundo de los muertos (tanto pecadores, como no) con todo su amor que ahora es muy grande, a los que más que buscarse a sí mismos para encontrarse, dejan que este algo que llamamos fuerza de la vida, los mate.

 

 

                                                                                                                                 La chica con el cuervo en la cabeza

Un altar al odio

el odio que a algunos hace humanos, a otros hace Alma.

(Escrito no apto para personas impresionables o supersticiosas)

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